lunes, 28 de diciembre de 2009

Santos Inocentes



"Levantate, toma el niño y a su Madre y huye...Entonces Herodes, al verse burlado por los magos, se enfureció mucho y mandó matar a todos los niños menores de dos años"...Mt. 2, 13.16

¿Quienes son los "Joses" de nuestro tiempo? y ¿Quienes son hoy los Herodes que matan a nuestros niños y niñas? La respuesta no es tan fácil como parece.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Feliz Navidad





Les doy una Buena Noticia,
una gran alegría para todo el pueblo…
Hoy les ha nacido el Liberador, el Señor.
Esto les servirá de señal:
Encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Lc. 2.10-12

sábado, 5 de diciembre de 2009

Reflexiones sobre menores e inseguridad II

Reflexiones sobre menores e inseguridad

Domingo II de Adviento

domingo, 29 de noviembre de 2009

Domingo 1 de adviento

MATAR LA ESPERANZA

Tened cuidado: no se os embote la mente...



Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser.

Hoy escuchamos su grito de alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero».

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad pues los hombres seguimos matando la esperanza y «embotando» nuestra existencia de muchas maneras.

Y no pensemos sólo en aquellos que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el mesías».

Cuando en una sociedad los hombres tienen como objetivo casi único de su vida la satisfacción ciega de sus apetencias y se encierran cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza.

Los hombres satisfechos no desean nada realmente nuevo. No quieren cambiar el mundo. No les interesa esperar una vida futura mejor. El presente les satisface y les basta.

No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.

Qué tentador resulta siempre adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño mundo y vivir tranquilos y cómodos, sin mayores aspiraciones.

Casi inconscientemente anida en bastantes la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para nada el mundo. Pero no lo olvidemos. «Solamente aquellos que cierran sus ojos y sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a gusto en un mundo como éste».

Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todo hombre, sufre el desasosiego y la intranquilidad de comprobar que todavía no podemos disfrutar de la felicidad a que estamos llamados.

Este sufrimiento alcanza su verdadero sentido cuando nace de la esperanza y nos impulsa a actuar de manera creadora. Es signo de que afín seguimos vivos, de que todavía somos conscientes de que algo no está bien en este orden de cosas y de que nuestro corazón sigue anhelando algo más.



LA ESPERANZA, ¿UNA ILUSIÓN?



La primera acusación al hombre que trata de dar sentido a su vida desde una actitud de esperanza cristiana, ha sido la de falta de realismo.

Hay que ser realistas. Si vivimos de recuerdos, nos estamos remontando a un pasado que ya no existe. Si nos dejamos llevar por la esperanza, empezamos a soñar en un futuro que todavía tampoco existe. Seamos realistas y aprendamos a enfrentarnos con lucidez y valentía al momento presente, única realidad que tenemos ante nosotros.

Esta acusación ha adquirido un acento más científico desde la crítica a la religión operada por Karl Marx. La esperanza desplaza nuestra atención de los problemas de esta vida a un más allá ficticio y alienante. La religión invita a los hombres a esperar en una vida ultraterrena la solución de todas sus opresiones. Y, mientras tanto, los incapacita para lucha con eficacia y lucidez por la transformación real de la sociedad.

Un creyente honrado no puede menos que escuchar con inquietud la interpelación de la crítica marxista. ¿No hemos justificado muchas veces los cristianos con nuestra actitud falsamente conformista y «resignada», la acusación de vivir adormecidos por «el opio de la religión?». ¿No tendremos que escuchar hoy, de manera nueva, el grito de Jesús que nos llama a vivir despiertos en medio de nuestra sociedad contemporánea?

Para el verdadero creyente, la esperanza no es una ilusión engañosa. Al contrario, si vive con esperanza, es porque quiere tomar en serio la vida en su totalidad, y porque quiere descubrir todas las posibilidades que en ella se encierran para el futuro del hombre.

Precisamente, porque quiere ser realista hasta el final, no se aferra a la realidad tal como es hoy, ni se instala en esta vida como algo definitivo. Al contrario, se acerca a la vida como algo inacabado, algo que es necesario construir con esperanza.

Por eso, la verdadera esperanza no tranquiliza. La esperanza nos inquieta, nos desinstala, nos pone en contradicción con una realidad tan lejana todavía de esta liberación final que esperamos para el hombre.

Cuando se espera de verdad la liberación, comienzan a doler más las cadenas. El que espera una verdadera justicia para el hombre, no aguanta ya esta sociedad tan injusta. El que cree de verdad en el cielo, siente necesidad de luchar para cambiar la tierra.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican

Domingo de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo


domingo, 8 de noviembre de 2009

La Palaba en imagenes

sábado, 31 de octubre de 2009

Asignación por hijo

Tal como fue anunciado por la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, se extiende la asignación familiar por hijo a una población que no estaba alcanzada (hijos de desocupados y trabajadores informales). De esta manera se establece una nueva igualdad de derechos que corrige fuertes inequidades y se avanza hacia un sistema de seguridad social más justo.

El diálogo que se ha llevado a cabo en estos días mostró un fuerte consenso en avanzar hacia un ingreso universal a la niñez. Aspiramos que esta iniciativa del Poder Ejecutivo pueda verse plasmada en una ley, debatida y consensuada por todos, que brinde el marco jurídico adecuado para una política de Estado a largo plazo.

Ciertamente esta asignación no soluciona las causas estructurales de la pobreza pero significa un importante paso para aliviar la indigencia, al otorgar un mínimo de ingresos que muchas familias y hermanos nuestros estaban necesitando.

Quedan todavía pendientes por conocer aspectos prácticos vinculados con la implementación de este importante anuncio. Que el Señor nos ilumine a todos para seguir trabajando en la construcción de una sociedad más equitativa, con políticas de Estado complementarias para asegurar un desarrollo humano integral de cara al Bicentenario de la Patria (2010-2016)

Cáritas Argentina y la Comisión Nacional de Justicia y Paz

“Felices los que escuchan la palabra de Dios y la practican”

Vivir el Evangelio del Domingo 1 de noviembre del 2009

Texto del Evangelio: Mateo 5,1-12



Una frase para recordar:
“Felices los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”

Preguntas para reflexionar:
¿Sos feliz? ¿Dónde buscas la felicidad? ¿qué te llama la atención del texto? ¿qué felicidad nos propone Jesús?

Orar durante el día:
Feliz el hombre que siempre medita en la Palabra de Dios.

Transformar la realidad:
Trata de estar atento a los criterios para vivir que propone Jesús.

¿Quién es Milagro Sala?

jueves, 29 de octubre de 2009

Luz y esperanza para el nordeste de Brasil




Con este nuevo proyecto, la SB de Brasil (SBB) extiende su ayuda médica y espiritual a poblaciones inmersas en situaciones de riesgo social, de acuerdo a un artículo publicado en «A Biblia No Brasil» (octubre-noviembre 2009), revista editada por la SBB.

El proyecto «Luz para el nordeste de Brasil» fue lanzado el 31 de agosto en el Museo de la Biblia, en Baruerí. El mismo es una extensión de «Luz en Brasil», un programa de ayuda social desarrollado por la SBB que incluye otros dos proyectos de similar importancia: el pionero «Luz en el Amazonas», en operación desde 1962, y «Luz para el sur de Brasil», creado en 2008.

A través de los primeros proyectos lanzados, variadas áreas aisladas y desfavorecidas del norte y el sur del inmenso país sudamericano reciben asistencia espiritual y médica por medio de un barco y un microbús adaptados con equipamiento médico. Ahora, una clínica móvil establecida en un camión especialmente equipado proveerá la misma asistencia a poblaciones que viven en situaciones de alto riesgo social en el nordeste de Brasil.

«Ofreceremos esperanza para aquellos que padecen distintas necesidades y propagaremos la Palabra de Dios. Hay mucha gente que necesita desesperadamente la esperanza que únicamente Dios puede ofrecer», dice el Rev. Dr. Rudi Zimmer, Director ejecutivo de la SBB, durante el lanzamiento del proyecto.



Inicialmente, el camión visitará comuCAMINHAO#1nidades desfavorecidas en los estados de Pernambuco y Paríba, para alcanzar a 1.500 personas, aproximadamente. Hasta finales de 2009, ya hay cuatro viajes planeados a ciudades del estado de Pernambuco –Pombos, Abreu e Lima, Itapissuma y Recife– y otro a la ciudad de Alcantil en Paraíba.

Un nuevo desafío

Así como sus contrapartes en las zonas del Amazonas y el sur del país, «Luz para el nordeste del Brasil» pondrá la mira en el desarrollo espiritual de los individuos y en la promoción de la salud, la cultura y los valores ciudadanos. La iniciativa incluirá tanto la salud médica como la dental, así como la distribución de literatura bíblica y actividades recreativas y educacionales.

«Es muy gratificante incluir la región nordeste en nuestras actividades y expandir, de esa manera, el alcance de nuestros proyectos. Este proyecto es un nuevo desafío que nos anima a continuar propagando la palabra de Dios a todos. La Biblia transforma la sociedad a la que llega», dice Erní Seibert, Secretario de Comunicaciones y Desarrollo social de la SBB.

El camión de la esperanza

El camión utilizado para llevar a cabo el proyecto no es un camión común. El mismo ha sido especialmente equipado para desarrollar la tarea social eficazmente, pero también tiene un área especialmente diseñada donde la gente puede obtener información acerca de la Biblia. El vehículo contará con un equipo de calificados profesionales.

El apoyo espiritual será desarrollado sin inclinaciones doctrinales e incluirá la donación de literatura bíblica y de aconsejamiento. Asimismo contará con otras variadas actividades CAMINHAO#4orientadas a los niños.



Vale decir que este proyecto cuenta con el apoyo de la SB de Escocia que impactada por el proyecto hizo una donación sustancial para la adquisición del vehículo.

Si bien el proyecto ya está en marcha, la envergadura del mismo presenta desafíos de enormes costos económicos y humanos. Si alguien estuviera interesado en colaborar económicamente con este proyecto puede contactarse con la SBB.

domingo, 18 de octubre de 2009

El poder en la Iglesia II

NO HA DE SER ASÍ

La Iglesia es una comunidad diferente y no ha de pedir prestados sus esquemas de gobierno a otras sociedades. Lo dijo Jesús de manera rotunda: «Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Pero no ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande, sea vuestro servidor». No hay duda. Jesús ha querido introducir en el mundo una comunidad sorprendente donde quede suprimido el poder y el dominio sobre los demás, y donde la autoridad se entienda y se viva sólo como servicio.

La Iglesia no es una democracia, pero tampoco una monarquía ni un sistema feudal. La Iglesia no es del Papa ni de los Obispos. No es de los teólogos ni del pueblo. Es de su Señor, y todos los que en ella quieran tener alguna autoridad, se han de poner a servir y ayudar. Así de claro.

Jesús sólo admite en su Iglesia una autoridad que sea servicio fraterno entre iguales. Desde su modo de entender las cosas, la «autoridad» no es un premio por los méritos adquiridos, ni el reconocimiento de una buena conducta, ni se ha de otorgar a quienes den garantías de guardar el orden. No se la ha de confundir con el poder pues, en la Iglesia de Jesús, la autoridad termina cuando se convierte en poder.

No es difícil detectar dónde hay en la Iglesia ese poder contrario al Evangelio. Quien vive desde el poder se sitúa sobre los demás y trata de imponerse y dominar. Utiliza la presión y crea desigualdad. Aún sin pretenderlo, va construyendo una Iglesia donde siempre hay superiores e inferiores, varones y mujeres, clérigos y laicos, teólogos y pueblo llano. Exactamente lo que nunca quiso Jesús.

Lo peor del «poder religioso» es que se siente seguro pues cree tener su origen en Dios. Para Jesús, sin embargo, Dios es sólo fuente de amor y servicio, y de nada más. Cuando el poder se «sacraliza», puede llegar incluso a quitar libertad, controlar las conciencias y hasta decidir cuáles son exactamente los caminos de acceso a Dios.

La llamada de Jesús ha de ser escuchada por todos los que tenemos algún grado de autoridad en el gobierno de la Iglesia, dirección de la comunidad, educación o familia.

El poder en la Iglesia

1. El problema capital que plantea este evangelio no es el rechazo de la soberbia, sino el rechazo del poder. Para que los discípulos entiendan lo que el Evangelio les pide, Jesús no pone, como ejemplo de lo que hay que evitar, a los orgullosos, sino a los poderosos. Sin embargo, es un hecho que en la Iglesia se ha entendido y se ha justificado el “ministerio apostólico” como “sacerdocio” dotado de “potestad” (Trento, ses. 23. DH 1764; 1771) y como “episcopado” dotado de “plena y suprema “potestad” (Vat. II. LG 22). El problema que tiene la Iglesia con el Evangelio no está en el posible orgullo, la vanidad o loa soberbia que puedan tener algunos de sus miembros, sino en el poder que el “ministerio apostólico” ejerce sobre los demás católicos.

2. Al decir esto, no se trata de afirmar que en la Iglesia no debe haber presbíteros, obispos y papa. El problema no está en la existencia del poder, sino en el ejercicio de ese poder. Jesús no quiere que los apóstoles (y sus sucesores o colaborados) ejerzan el poder como lo ejercen los jefes políticos. Sin embargo, resulta chocante que el texto evangélico en el que Jesús prohíbe eso, de forma tajante (Mt 20, 26; Mc 10, 43), no se cita ni una sola vez en los documentos principales del Magisterio de la Iglesia (DH, pg. 1583 s). Resulta inevitable pensar que el Magisterio eclesiástico ha escogido del Evangelio lo que ha justificado su poder y su forma de ejercer el poder, al tiempo que se ha marginado lo que plantea el más serio problema al ejercicio del poder eclesiástico.

3. Los documentos eclesiásticos sobre el poder en la Iglesia no son la última palabra sobre este asunto. La Iglesia tiene el derecho y el deber de seguir buscando el modo de ejercer el poder que sea coherente con el Evangelio. Un poder nunca basado en la sumisión incondicional de unos (los laicos) a otros (presbíteros, obispos, papa), sino en el seguimiento de todos a Cristo el Señor.

sábado, 17 de octubre de 2009

“Felices los que escuchan la palabra de Dios y la practican”

Vivir el Evangelio del Domingo 18 de octubre del 2009

Texto del Evangelio: Marcos 10, 35-45





Una frase para recordar:
Jesús no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.

Preguntas para reflexionar:
En mi vida cotidiana ¿busco ser servido o servir a mis hermanos? ¿por qué creo que los demás deben servirme a mi? ¿Qué motivaciones tengo para ser servicial con los demás?

Orar durante el día:
Bendito sea Jesús que dio toda su vida por nosotros.

Transformar la realidad:
Buscaré realizar un gesto de servicio cada día de esta semana.

lunes, 12 de octubre de 2009

Jesus da sentido a mi vida

“El juego como instrumento en la educación e intervención social”

Falta una semana para comenzar el:
Seminario Universitario abierto a la comunidad

Universidad Nacional de La Matanza y
Tiempo de Juego ofrecen conjuntamente:

“El juego como instrumento en la educación e intervención social”

Seminario teórico práctico para aprender a diseñar y coordinar espacios de juegos facilitadores de proyectos socioeducativos o de intervención social reparadora.
Introducción
Es el juego una conducta humana estudiada desde la disciplina lúdica, la que ofrece una oportunidad efectiva y eficiente, para facilitar la gestión de diversos emprendimientos sociales tendientes a mejorar la calidad de vida del ser humano. Lo anterior entendido desde lo educativo, preventivo y asistencial.
El juego produce desde su realización espontánea y natural en el ser humano, condiciones esenciales para el normal desarrollo del niño. También el juego, sistemáticamente diseñado para todas las edades, produce condiciones facilitadoras para el mejor aprovechamiento de las acciones educativas, intervenciones preventivas de problemáticas sociales, tareas asistenciales - reparatorias cuando los problemas ya se han instalado, etc.
Este seminario, se ha concebido para brindar a los interesados, los elementos de sistematización en función de lograr una formidable herramienta para sus respetivos trabajos profesionales, operativos o voluntarios. Esta “formidable herramienta”, es el juego sistemáticamente diseñado.
Objetivo del seminario
Capacitar en forma breve y simple, sobre un método de diseño lúdico de procesos educativos y de intervención social
Criterios pedagógicos
Clases con el sentido de la práctica lúdica a la teoría explicativa de la anterior.
En cada clase se jugará todo lo que sea explicado teóricamente. La acción lúdica será privilegiada sobre otras técnicas didácticas, sin excluir a estas últimas (explicaciones teóricas, grupos de reflexión, tutorías de trabajos prácticos, medios audiovisuales electrónicos, lectura bibliográfica, etc.)
Relación de la práctica y teoría lúdica aportada con las realidades laborales y sociales de los asistentes al seminario.
Utilización de bibliografía teórico - práctica , fácil de conseguir y pertinente para la realidad social de los asistentes al seminario.
Realización de un proyecto de sistematización lúdica, que sirva efectivamente para las tareas profesionales, operativas o voluntarias de los asistentes al seminario.

Programa

Módulo 1: ¿Qué se entiende por juego desde diversas concepciones? Relación de lo lúdico con la realidad social y/o institucional de las personas asistentes al seminario. Cualidades del juego. Tipologías lúdicas. El juego temático.

Módulo 2: Método socioeducativo con facilitación lúdica. Secuencia básica de juegos. Variables de diseño lúdico temático. Relación entre diseño lúdico temático, contexto social y cuestiones sociales.

Módulo 3: Intervención social preventiva y reparadora facilitada por lo lúdico. Intervención lúdica en instituciones, comunidades y grupos. Juego temático y autoridades institucionales y comunitarias. Casos especiales: la escuela, el hospital, el vecindario, el municipio, etc.

Módulo 4: La Filosofía y el juego temático. La utilización bibliográfica especializada. Fuentes de técnicas lúdicas. Biografía lúdica. Transformación de técnicas lúdicas. Sinergía lúdica.

Módulo 5: Facilitación y coordinación de grupos en actividades lúdicas temáticas. Técnicas básicas de facilitación lúdica. Cualidades y destrezas a lograr por el facilitador lúdico Organización lúdica. Administración de materiales, complementación de la tarea del facilitador.

Módulo 6: La juegoteca. El material de descarte como juguete y juego. Los juegos didácticos, de tablero, para espacios reducidos, para movilidades limitadas y capacidades diversas, para edades diferentes accionado integradamente, para grupos muy numerosos. .Jugar con la música, la plástica, las ciencias, la literatura, etc.

Módulo 7: Evaluación

Inicio: 14 de octubre
Días y horarios: dìas miércoles de 18 a 21 hs.
Informes e Inscripción:
Sede San justo: Oficina de Atención al Público (frente al aula 5)
de lunes a viernes de 10 a 18.30 hs. F. Varela 1903. San Justo - 4651-3035 //
4480-8900 (int. 8823)
www.unlam.edu.ar
extension@unlam.edu.ar
Se entregan certificados de la Universidad nacional de La Matanza. Actividad Arancelada

sábado, 10 de octubre de 2009

La vida nueva Jesús de Nazaret



1.Jesús no es un hombre disperso, atraído por diferentes intereses, sino una persona profundamente unificada en torno a una experiencia nuclear: Dios, el Padre bueno de todos. Es él quien unifica su intensa actividad, inspira su mensaje y polariza todas sus energías. Hay algo que se percibe enseguida. Para Jesús, Dios no es una teoría, sino una experiencia. Nunca propone una doctrina sobre Dios. Nunca se le ve explicando su idea de Dios. Para Jesús, Dios es una presencia cercana y amistosa que transforma todo su ser y le hace vivir buscando una vida más digna, amable y dichosa para todos, empezando por los últimos. Jesús no pretende en ningún momento sustituir la doctrina tradicional de Dios por otra nueva. Su Dios es el Dios de Israel: el único Señor, creador de los cielos y de la tierra, el salvador de su pueblo querido. Nunca discute Jesús con ningún sector judío sobre Dios. Todos creen en el mismo Dios. La diferencia está en que los dirigentes religiosos del pueblo asocian a Dios con su sistema religioso y no tanto con la vida y la felicidad de la gente. Lo primero y más importante para ellos es dar gloria a Dios observando la ley, respetando el sábado y asegurando el culto del templo. Jesús, por el contrario, asocia a Dios con la vida: lo primero y más importante para él es que los hijos e hijas de Dios gocen de una vida digna y justa. Esto es lo nuevo. Jesús implica a Dios no con la religión, sino con la vida. Lo más importante para Dios es la vida de las personas, no la religión. Los sectores más religiosos de Israel se sienten urgidos por Dios a cuidar la religión del templo y la observancia de la ley. Jesús, por el contrario, se siente enviado por Dios a promover su justicia y su misericordia. A Jesús el Espíritu de Dios lo impulsa a introducir en el mundo la «Buena Noticia» para los pobres, «liberación» para los cautivos, «luz» a los ciegos, «libertad» a los oprimidos, «gracia» a los desgraciados (Lc.4). La espiritualidad cristiana empuja, antes que nada, a promover una vida más digna, más sana, más dichosa. Es lo que más agrada a Dios. Por eso, el centro de la vida de Jesús no lo ocupa Dios propiamente, sino el «reino de Dios». Jesús no separa nunca a Dios de su reino. No puede pensar en Dios sin pensar en su proyecto de trasformar el mundo. No invita a la gente a buscar a Dios simplemente, sino a «buscar el reino de Dios y su justicia». No llama a «convertirse» a Dios sin más, sino que pide a todos a «entrar» en el reino de Dios. Jesús no contempla a Dios encerrado en su propio mundo, aislado de los problemas de la gente; lo siente comprometido por un mundo más humano. Lo vive como la presencia buena de un Padre que se está introduciendo en el mundo para humanizar la vida. Por eso, para Jesús, el lugar privilegiado para vivir a Dios no es el culto, ni tampoco el desierto, sino allí donde se va haciendo realidad su reino de justicia.

2.Las fuentes cristianas coinciden en afirmar que la actividad profética de Jesús comenzó a partir de una intensa experiencia de Dios. Con ocasión de su bautismo en el Jordán, Jesús tiene una vivencia que trasforma decisivamente su vida. No se queda por mucho tiempo junto al Bautista. Tampoco se vuelve a su trabajo de artesano en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso interior incontenible, comienza a recorrer los caminos de Galilea anunciando a todos la llegada del «reino de Dios». ¿Quién es este Dios que se adueña de Jesús y lo pone totalmente al servicio de su proyecto del reino? En el relato más antiguo leemos así: «En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu descendía sobre él como una paloma. Y se oyó una voz que venía del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”» . Nada puede expresar mejor lo vivido por Jesús que esas palabras insondables: «Tú eres mi hijo querido». Todo es diferente a lo vivido por Moisés en el monte Horeb, cuando se acerca tembloroso a la zarza ardiendo. Dios no dice a Jesús: «Yo soy el que soy», sino «Tú eres mi hijo». No se muestra como Misterio inefable, sino como un Padre cercano. «Tú eres mío, eres mi hijo. Tu ser entero está brotando de mí. Yo soy tu Padre». El relato subraya el carácter gozoso y entrañable de esta revelación: «Eres mi hijo querido, en ti me complazco. Te quiero entrañablemente. Me llena de gozo que seas mi hijo. Me siento feliz». Jesús responderá con una sola palabra: «Abbá». En adelante, no lo llamará con otro nombre cuando se comunique con él. A Jesús le sale de dentro llamarle a Dios «Padre». Sin duda, lo más original es que, al dirigirse a Dios, lo invoca con esa expresión desacostumbrada: «Abbá». Una expresión que, dentro de las familias judías evocaba el cariño, la intimidad y la confianza del niño pequeño con su padre . Jesús le vive a Dios como alguien tan cercano, bueno y entrañable que, al dialogar con él, le viene espontáneamente a los labios esta palabra: «Abbá, Padre querido». No encuentra una expresión más honda. Esta costumbre de Jesús provocó tal impacto que todavía años más tarde, en las comunidades de habla griega, dejaban sin traducir el termino «Abbá» en arameo, como eco de la experiencia personal vivida por Jesús .
Esta costumbre de Jesús arroja una luz muy grande sobre su vida, pues nos descubre sus dos actitudes fundamentales ante Dios: confianza total y disponibilidad incondicional. La vida entera de Jesús transpira esta confianza. Jesús vive abandonándose a Dios. Todo lo hace animado por esa actitud genuina, pura, espontánea de confianza en su Padre. Busca su voluntad sin recelos, cálculos ni estrategias. No se apoya en la religión del templo ni en la doctrina de los maestros; su fuerza y seguridad no provienen de las escrituras ni de las tradiciones de Israel. Nacen de su Padre. Esta confianza hace de él un profeta libre de tradiciones, costumbres o modelos rígidos de actuación. Su fidelidad al Padre le hace vivir de manera creativa, innovadora y audaz. Su fe en Dios es absoluta. Por eso le apena tanto la «fe pequeña» de sus seguidores. Esta confianza genera en Jesús una docilidad incondicional ante su Padre. Sólo busca cumplir su voluntad. Es lo primero para él. Y esa voluntad de Dios no es ningún misterio: es una vida más digna y dichosa para todos, empezando por los últimos. Nada ni nadie le apartará de ese camino. Como hijo bueno, busca ser la alegría de su Padre; como hijo fiel, vive identificándose con él e imitando siempre su modo de actuar. Ésta es la motivación secreta que lo alienta siempre, incluso en el momento terrible de aceptar su crucifixión.

3.Para adentrarnos más en la vida de Jesús, debemos profundizar en su experiencia de Dios. Sólo señalaré tres rasgos básicos. Jesús vive seducido por la bondad de Dios. Dios es bueno. Jesús capta su misterio insondable como un misterio de bondad. Dios es una Presencia buena que bendice la vida. La solicitud amorosa del Padre es casi siempre misteriosa y velada, pero está siempre presente envolviendo la existencia de toda criatura. Jesús lo percibe alimentando los pájaros del cielo y cuidando los lirios del campo. Esta experiencia es decisiva. Lo que define a Dios no es su poder, como entre las divinidades paganas del imperio; tampoco su sabiduría como en algunas corrientes filosóficas de Grecia. La realidad insondable de Dios, lo que no podemos pensar ni imaginar de su misterio, Jesús lo capta como bondad y compasión. Dios es bueno con todos sus hijos e hijas. Lo importante para él son las personas; mucho más que los sacrificios del templo o el cumplimiento del sábado. Dios sólo quiere su bien. Nada ha de ser utilizado contra las personas y, menos aún, la religión. Este Padre bueno es un Dios cercano. Su bondad lo envuelve todo, está ya irrumpiendo en la vida bajo forma de misericordia. Jesús vive esta cercanía de Dios con asombrosa sencillez y espontaneidad. En nombre de este Dios bendice a los niños, cura a los enfermos, acoge a los pecadores y ofrece gratis su perdón. Todo esto es pequeño e insignificante, como un grano de trigo sembrado bajo tierra, que pasa desapercibido pero que pronto se manifestará en espléndida cosecha. Así es la bondad de Dios: ahora está escondida bajo la realidad compleja de la vida, pero un día acabará triunfando sobre el mal. Hoy todo está entremezclado, todo está en camino, inacabado. La bondad de Dios sólo reina donde sus hijos e hijas la acogen y comunican, pero un día se manifestará en toda su plenitud. Para Jesús, todo esto no es teoría. Dios es cercano y accesible a todos. Cualquiera puede tener con él una relación directa e inmediata desde lo secreto de su corazón. Él habla a cada uno sin pronunciar palabras humanas. Él atrae a todos hacia lo bueno. Hasta los más pequeños pueden descubrir su misterio. No son necesarias mediaciones rituales ni liturgias complicadas como las del templo para encontrarse con él. Dios no está atado a ningún templo ni lugar sagrado. No es propiedad de los sacerdotes de Jerusalén ni de los maestros de la ley. Desde cualquier lugar es posible elevar los ojos al Padre del cielo. Jesús invita a vivir confiando en el misterio de un Dios bueno y cercano: «Cuando oréis, decid: ¡Padre!» . Este Dios cercano busca a las personas allí donde están, incluso aunque se encuentren «perdidas», lejos de la Alianza de Dios. Nadie es insignificante para él. A nadie da por perdido. Nadie vive olvidado por este Dios . Él es de todos, «hace salir su sol sobre buenos y malos. Manda la lluvia sobre justos e injustos». El sol y la lluvia son de todos. Nadie puede apropiarse de ellos. No tienen dueño. Dios los ofrece a todos como un regalo, rompiendo nuestra tendencia moralista a discriminar a quienes nos parecen malos. Dios no es propiedad de los buenos; su amor está abierto también a los malos. Esta fe de Jesús en la bondad universal de Dios no dejaba de sorprender. Durante siglos se había escuchado algo muy diferente en aquel pueblo. Se habla con frecuencia del amor y la ternura de Dios, pero es un amor que hay que merecerlo. Así dice un conocido salmo: «Como un padre siente ternura hacia sus hijos, así siente el Señor ternura», pero ¿hacia quiénes? Sólo hacia «aquellos que le temen» . Jesús impulsa una espiritualidad que supera el espíritu de no pocos salmos, pues está alimentada por la fe en un Dios bueno con todos. Muchas veces habló Jesús de Dios como Padre bueno, pero nunca lo hizo con la maestría seductora con que describe en una parábola a un padre acogiendo a su hijo perdido . Dios, el Padre bueno, no es como un patriarca autoritario, preocupado sólo de su honor, controlador implacable de su familia. Es como un padre cercano que no piensa en su herencia, respeta las decisiones de sus hijos y les permite seguir libremente su camino. A este Dios siempre se puede volver sin temor alguno. Cuando el padre ve llegar a su hijo hambriento y humillado, corre a su encuentro, lo abraza y besa efusivamente como una madre, y grita a todo el mundo su alegría. Interrumpe la confesión del hijo para ahorrarle más humillaciones; no necesita que haga nada para acogerlo tal como es. No le impone castigo alguno; no le plantea ninguna condición para aceptarlo de nuevo en casa; no le exige un ritual de purificación. No parece sentir necesidad de expresarle su perdón; sencillamente, lo ama desde siempre y sólo busca su felicidad. Le regala la dignidad de hijo: el anillo de casa y el mejor vestido. Ofrece al pueblo fiesta, banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que ha vivido entre prostitutas paganas. Éste no es el Dios vigilante de la ley, atento a las ofensas de sus hijos, que hace pagar a cada uno su merecido y no concede el perdón si antes no se han cumplido escrupulosamente unas condiciones. Éste es el Dios del perdón y de la vida; no hemos de humillarnos o autodegradarnos en su presencia. Al hijo no se le exige nada. Sólo creer en el Padre. Cuando Dios es captado como poder absoluto que gobierna y se impone por la fuerza de su ley, emerge una espiritualidad regida por el rigor, los méritos y los castigos. Cuando Dios es experimentado como bueno, cercano y compasivo con todos, nace una espiritualidad fundada en la confianza, el gozo y la acción de gracias. Dios no aterra por su poder y su grandeza, seduce por su bondad y cercanía. Lo decía Jesús de mil maneras a los enfermos, desgraciados, indeseables y pecadores: Dios es para los que tienen necesidad de que sea bueno.

4.En el Jordán, Jesús no vive sólo la experiencia de ser hijo querido por Dios. Al mismo tiempo, se siente lleno de su Espíritu. Según el relato, del cielo abierto, «el Espíritu desciende sobre él». El Espíritu de Dios, que crea y sostiene la vida, que cura y da aliento a todo viviente, que lo renueva y transforma todo, viene a llenar a Jesús de su fuerza vivificadora. Jesús lo experimenta como Espíritu de gracia y de vida. Se siente lleno del Espíritu del Padre, no para condenar y destruir, sino para curar, liberar de «espíritus malignos» y dar vida. Toda la espiritualidad de Jesús está orientada a introducir vida en el mundo. El Espíritu de Dios lo conduce a curar, liberar, potenciar y mejorar la vida. El evangelio de Juan lo resume poniendo en boca de Jesús estas palabras inolvidables: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» . Este rasgo es decisivo para captar la espiritualidad de Jesús. El Espíritu que Jesús lleva dentro le hace vivir a Dios como un Dios del cambio. Dios es una poderosa fuerza de transformación. Su presencia es siempre estimulante, incitadora, provocativa, interpeladora: atrae hacia la conversión. Dios no es una fuerza conservadora, sino una llamada al cambio: «El reino de Dios está cerca; cambiad de manera de pensar y de actuar, y creed en esta buena noticia» . Cuando se le acoge a Dios, ya no es posible permanecer pasivos. Dios tiene un gran proyecto. Hay que construir una tierra nueva, tal como la quiere él. Hemos de orientarlo todo hacia una vida más humana, empezando por aquellos para los que la vida no es vida. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo y a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Quiere que las cosas cambien para que todos puedan vivir mejor. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir cambiando la vida, haciéndola mejor y más humana, como la quiere Dios. Si algo desea el ser humano es vivir y vivir bien. No sólo después de la muerte, sino también ahora. Y si algo busca Dios es que ese deseo se haga realidad. Cuanto mejor viva la gente, mejor se realiza el reino de Dios. A Dios no le interesa solo la salvación eterna. Le interesa el bienestar, la salud de las personas, la convivencia, la paz, la familia, el disfrute diario de la vida. Y, cuando todo esto es impedido por el mal, fracasa por nuestro pecado o queda a medias, interrumpido por la muerte, Dios sigue buscando el cumplimiento pleno de sus hijos e hijas en la vida eterna. Así dice Dios en el libro del Apocalípsis: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente del agua de la vida» . ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios nuestro anhelo de vida. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir buscando siempre lo que lleva a las personas a saciar su anhelo de vida verdadera. Este Dios que quiere la vida, está siempre del lado de las personas y en contra del mal, el sufrimiento y la muerte. Jesús le vive a Dios como una fuerza que sólo quiere el bien, que se opone a todo lo que hace daño al ser humano y que, por lo tanto, quiere liberar la vida del mal. Así lo experimenta y así lo comunica Jesús a través de toda su vida. Por eso, Jesús no hace sino luchar contra los ídolos que se oponen a este Dios de la vida y son divinidades de muerte. Ídolos como el Dinero o el Poder, que deshumanizan a quien les rinde culto, y que exigen víctimas para subsistir. La defensa de la vida le lleva directamente a denunciar y luchar contra lo que trae muerte y deshumanización: «No podéis servir a Dios y al Dinero» . «Dad al César lo que es del César, pero a Dios lo que es de Dios» . Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir luchando de manera concreta contra ídolos, poderes, sistemas, estructuras o movimientos que hacen daño, deshumanizan el mundo e introducen muerte. Jesús le vive a Dios como fuerza curadora. A Dios le interesa la salud de sus hijos e hijas. Se opone a todo lo que disminuye o destruye la integridad de las personas. Movido por su Espíritu, Jesús se dedica a curar. El sufrimiento, la enfermedad o la desgracia no son expresión de la voluntad de Dios. No son castigos, pruebas o purificaciones que Dios va enviando a sus hijos. Es impensable encontrar en Jesús un lenguaje de esta naturaleza o una espiritualidad alimentada de esta manera de ver las cosas. Cuando se acerca a los enfermos, no es para ofrecerles una visión piadosa de su desgracia, sino para potenciar su vida. Aquellos ciegos, sordos, cojos, leprosos o poseídos pertenecen al mundo de los que no pueden disfrutar la vida como los demás. Jesús se acerca a ellos para despertar su fe y para lograr en la medida de lo posible su curación. Jesús los quiere ver caminar, hablar, ver, sentir, ser dueños de su mente y de su corazón. Estos cuerpos curados contienen un mensaje para todos: «Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que está llegando a vosotros el reino de Dios» . Cuando el Espíritu de Dios está vivo y operante en una persona, esa persona vive de alguna manera curando a los demás del mal que los puede esclavizar. Éste fue el recuerdo que quedó de Jesús: «Ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» . Vivir la espiritualidad de Jesús, impregnados como él por el Espíritu del Dios de la vida, es pasar la vida «haciendo el bien», curando a los oprimidos, deprimidos o reprimidos. Quien vive del Espíritu de Jesús es curador. Impulsado por el Espíritu de Dios, Jesús vive defendiendo a los pobres. Dios es de los pequeños e indefensos, de los frágiles y desvalidos. Por eso, Jesús felicita a los pobres, bendice a los niños e impone sus manos sobre los enfermos. Son gestos que expresan su deseo de envolver a los indefensos con la fuerza protectora del Espíritu de Dios. Ese Espíritu conduce a Jesús a solidarizarse con los últimos, nunca con los intereses de los primeros. Los poderosos están creando una barrera cada vez mayor entre ellos y los débiles: son el gran obstáculo que impide una convivencia más justa y digna en el mundo. La riqueza de los poderosos no es signo de la bendición de Dios, pues está creciendo a costa del sufrimiento y de la muerte de los más débiles. Toda la vida de Jesús se convierte en un grito: «Los últimos serán los primeros». Quien vive la vida de Jesús termina alineándose con los débiles y defendiendo a los indefensos. De alguna manera, su espiritualidad lo conduce a vivir sugiriendo, susurrando o gritando que para Dios, «los últimos son los primeros». El Espíritu de Dios conduce a Jesús a acoger a los excluidos. No puede ser de otra manera. Su experiencia de Dios es la de un Padre que tiene en su corazón un proyecto integrador donde no haya privilegiados que desprecian a indeseables, santos que condenan a pecadores, puros que se separan de impuros, varones que someten a mujeres, fuertes que abusan de débiles, adultos que dominan a niños. Dios no bendice la exclusión ni la discriminación, sino la igualdad y la comunión fraterna y solidaria. Dios no separa ni excomulga, sino que abraza y acoge. Por eso, Jesús acoge a las mujeres, se acerca a los impuros, toca a los leprosos y promueve una «mesa abierta» a pecadores, indeseables y excluidos, como símbolo de la comunidad fraterna que quiere Dios. La espiritualidad de Jesús es una espiritualidad de comunión, no de separación y exclusión. Quien vive de su Espíritu crea igualdad, fraternidad, acogida, apertura. Es un error construir la comunión excomulgando a los indignos. No responde al Espíritu de Jesús. Lleno de Espíritu de Dios, Jesús se atreve a desenmascarar los mecanismos de una religión y de una espiritualidad que no estén al servicio de la vida. Cuando una religión hace daño, no promueve la vida y hunde a las personas en la desesperanza, queda vacía de autoridad, pues no proviene del Dios de la vida. No hay leyes de Dios intangibles si de hecho hieren a las personas ya de suyo tan vulnerables. La actuación de Jesús es firme y clara respecto a la ley sagrada del sábado: no se puede dejar a alguien sin curar, porque así lo pide la supuesta observancia del culto. Para el Dios de la vida, ¿no será precisamente el sábado el mejor día para restaurar la salud y liberar del sufrimiento? La posición de Jesús quedó grabada para siempre en una sentencia suya inolvidable: «Dios creó el sábado por amor al hombre y no al hombre por amor al sábado» . Movido por este Dios de la vida, Jesús se acerca a los olvidados por la religión. Su verdadera voluntad no puede quedar acaparada por una casta de piadosos o por una clase sacerdotal de controladores de la religión. Dios no da a nadie poder religioso sobre los demás, sino fuerza y autoridad para hacer el bien. Con ese Espíritu actúa siempre Jesús: no con poder autoritario e imposición, sino con fuerza curadora. Jesús libera de miedos generados por la religión, no los introduce; hace crecer la libertad, no las servidumbres; atrae hacia el amor de Dios, no hacia la ley; despierta el amor, no el resentimiento. Quien vive de su Espíritu, sigue sus pasos.

Lectionautas

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO CICLO B


ALGO NOS FALTA

El cambio fundamental al que nos llama Jesús es muy claro. Decidirse a dejar de ser un hombre egoísta que ve a los demás en función de sus propios intereses para atreverse a iniciar una vida fraterna en la que uno se ve a sí mismo en función de los demás.

Por eso, a un hombre rico que observa fielmente todos los preceptos de la ley, pero que vive encerrado en sus propias riquezas, le falta algo esencial para ser su discípulo: compartir lo que tiene con los desposeídos.

Hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos.

Si nosotros pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo veía Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad.

El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es «la única fuerza de crecimiento», lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación.

El hombre más logrado no es, como se piensa, aquél que consigue acumular mayor cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más fraternal.

Por eso, cuando un hombre renuncia poco a poco a la fraternidad y se va encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del amor, termina fracasando como hombre.

Y aunque viva observando fielmente unas normas de conducta ética, al encontrarse con el evangelio, descubrirá que en su vida no hay verdadera alegría. Y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel hombre que «se marchó triste porque era muy rico».

Los cristianos somos capaces de instalarnos cómodamente en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin despertar ningún cambio fundamental en nuestra vida.

Hemos convertido nuestro cristianismo en algo poco exigente. Hemos «rebajado» el evangelio acomodándolo a nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos deja tristes y sin consuelo verdadero.

Ante el evangelio, hemos de preguntarnos sinceramente si nuestra manera de vivir, de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o la de quien busca sólo acumular. Si no sabemos dar lo nuestro al necesitado, algo esencial nos falta para vivir con alegría cristiana.



UN VACÍO EXTRAÑO



Vivimos en la «cultura del tener». Esto es lo que se afirma de diversas maneras en casi todos los estudios que analizan la sociedad occidental. Poco a poco el estilo de vida del hombre contemporáneo se va orientando hacia el tener, acaparar y poseer. Para muchos es la única tarea rentable y sensata. Todo lo demás viene después.

Ciertamente ganar dinero, poder comprar cosas y poseer toda clase de bienes produce bienestar. La persona se siente más segura, más importante, con mayor poder y prestigio. Pero cuando la vida se orienta sólo en la dirección del acaparar siempre más y más, la persona puede terminar arruinando su ser.

El tener no basta, no sostiene al individuo, no le hace crecer. Sin darse cuenta, la persona va introduciendo cada vez más necesidades artificiales en su vida. Poco a poco va olvidando lo esencial. Se rodea de objetos, pero se incapacita para la relación viva con las personas. Se preocupa de muchas cosas pero no cuida lo importante. Pretende responder a sus deseos más hondos satisfaciendo necesidades periféricas. Vive en el bienestar pero no se siente bien.

Éste es precisamente uno de los fenómenos más paradójicos en la sociedad actual: el número de personas «satisfechas» que terminan cayendo en la frustración y el vacío existencial. Desde su amplia y reconocida labor psicoterapeuta, Viktor Frankl ha mostrado la razón última de este «vacío existencial». Cogidas por el bienestar, estas personas olvidan que, para desplegar su ser, el individuo necesita salir de sí mismo, servir a una causa, entregarse, amar a alguien, compartir. Sin esta «auto-trascendencia» no hay verdadera felicidad.

De este vacío no libera ni la religión cuando también ella se convierte en objeto de consumo. La persona «tiene» entonces una religión, pero su corazón está lejos de Dios; posee un catálogo de verdades que confiesa con los labios pero no se abre a la verdad de Dios. Trata de acumular méritos pero no crece en capacidad de amar.

Es significativa la escena evangélica. Un rico se acerca a Jesús. No le pregunta por esta vida pues la tiene asegurada. Lo que quiere es que la religión le asegure la vida eterna. Jesús le habla claro: «Una cosa te falta: liberarte de tus bienes y aprender a compartir con los necesitados».



UN DINERO QUE NO ES NUESTRO



En nuestras iglesias se pide dinero para los necesitados, pero ya apenas expone hoy nadie la doctrina cristiana que sobre el dinero predicaron con fuerza teólogos y predicadores como S. Ambrosio de Tréveris, S. Agustín de Hipona o S. Bernardo de Claraval.

Una pregunta aparece constantemente en sus labios. Si todos somos hermanos y la tierra es un regalo de Dios a toda la humanidad, ¿con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir? ¿No hay que afirmar más bien que lo que le sobra al rico pertenece al pobre?

No hemos de olvidar que poseer algo siempre significa excluir de aquello a los demás. Con la «propiedad privada estamos siempre "privando a otros de aquello que nosotros disfrutamos".

Por eso, cuando damos algo nuestro a los pobres, tal vez estamos en realidad, restituyendo lo que no nos corresponde totalmente. Escuchemos estas palabras de S. Ambrosio: «No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no sólo de los ricos... Pagas, pues, una deuda; no das gratuitamente lo que no debes».

Naturalmente, todo esto puede parecer idealismo ingenuo e inútil. Las leyes protegen de manera inflexible la propiedad privada de los grandes potentados aunque dentro de la sociedad haya pobres que viven en la miseria. S. Bernardo reaccionaba así en su tiempo: «Continuamente se citan leyes en nuestros palacios; pero son leyes de Justiniano, no del Señor».

No nos ha de extrañar que Jesús, al encontrarse con un hombre rico que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para adoptar una postura auténtica de seguimiento a El: dejar de acaparar y comenzar a compartir lo que tiene con los necesitados.

El rico se alejó de Jesús lleno de tristeza. El dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. El dinero le impide escuchar la llamada de Dios a una vida más plena y más humana.

«Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios». No es una suerte tener dinero sino un verdadero problema. Pues el dinero nos cierra el paso y nos impide seguir el verdadero camino hacia la vida.

Lectio Divina Dominical

Lectionautas, cada semana preparamos la “Lectio Divina Dominical” previa al domingo siguiente, de esta forma queremos fomentar el seguimiento y trabajo en grupo con este método, con la finalidad de que lleguen preparados a la homilía del domingo y además con mas conocimiento sobre la palabra del Señor.
Puedes obtenerla en audio(mp3) y texto(pdf), para ello solo tienes que ir al botón “download” para poder descargarlos, sino funciona de esta forma, posiciona el mouse sobre “download” y click en el botón derecho, aparecera un menú, ahi busca la opción “guardar como”

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Lectio Divina Dominical

lunes, 5 de octubre de 2009

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domingo, 4 de octubre de 2009

27 Tiempo ordinario ( B )

ACOGER A LOS PEQUEÑOS

El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia popular.

Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.

Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes, ha puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos. Se han olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.

Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús.

La razón es muy profunda pues obedece a los designios del Padre: «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.

El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.

El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.



Piensa en los pequeños. Pásalo.

domingo, 20 de septiembre de 2009

DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO CICLO B

ACOGER AL NIÑO


Las primeras víctimas del deterioro y de los errores de una sociedad son casi siempre los más débiles y desamparados: los niños. Esos seres que dependen totalmente del cuidado de sus padres o de la ayuda de los adultos. Basta abrir los ojos y observar lo que sucede entre nosotros.

La crisis de la familia y la inestabilidad de la pareja están provocando en algunos hijos efectos difíciles de medir en toda su hondura. Niños poco queridos, privados del cariño y la atención de sus padres, de mirada triste y ánimo crispado, que se defienden como pueden de la dureza de la vida sin saber dónde encontrar refugio seguro.

El bienestar material maquilla a veces la situación ocultando de manera sutil la «soledad» del niño. Ahí están esos hijos, repletos de cosas, que reciben de sus padres todo lo que les apetece, pero que no encuentran en ellos la atención, el cariño y la acogida que necesitan para abrirse a la vida con seguridad y gozo.

Y ¿los educadores? No lo tienen fácil. Piezas de un sistema de enseñanza que, por lo general, fomenta más la transmisión de datos que el acompañamiento humano, tienen el riesgo de convertirse en «procesadores de información» más que en «maestros de vida». Por otra parte, muchos de ellos han de enfrentarse cada mañana a alumnos desmotivados e indolentes sabiendo que apenas encontrarán en sus padres colaboración para su tarea.

No se trata de culpabilizar a nadie. Es toda la sociedad la que ha de tomar conciencia de que un pueblo progresa cuando sabe acoger, cuidar y educar bien a las nuevas generaciones. Es un error planificar el futuro y descuidar la educación integral de niños y jóvenes. Es necesario apoyar más a la familia, valorar a los educadores, saber que la tarea más importante para el futuro es mejorar la calidad humana de quienes serán sus protagonistas.

«El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». Estas palabras de Jesús, recogidas en diversas tradiciones evangélicas, son una llamada a la responsabilidad. En las primeras comunidades cristianas no se protege al niño por razones jurídicas o legales. La razón es más honda. Los creyentes han de sentirse responsables ante el mismo Cristo de acoger a esos niños que, sin el cuidado y la ayuda de los adultos, no podrán abrirse a una vida digna y dichosa. La vida que Dios quiere para ellos.


EL ARTE DE EDUCAR

El que acoge a un niño... Mc 9, 30-37


Hay quienes afirman que la tragedia más grave de la sociedad contemporánea es la crisis de la relación educativa. Los padres cuidan a sus hijos y los maestros enseñan a sus alumnos, pero en no pocos hogares y colegios se ha perdido «el espíritu de la educación».

Y, sin embargo, si una sociedad no sabe educar a las nuevas generaciones no conseguirá ser más humana, por muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos. Para el crecimiento humano, los educadores son más importantes y decisivos que los políticos, los técnicos o los economistas.

Educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al niño, con respeto y amor, para ayudarle a que se despliegue en él una vida verdaderamente humana.

La educación está siempre al servicio de la vida. Verdadero educador es el que sabe despertar toda la riqueza y las posibilidades que hay en el niño. El que sabe estimular y hacer crecer en él, no sólo sus aptitudes físicas y mentales, también lo mejor de su mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la vida. La célebre educadora M Danielou decía que «el niño más humilde tiene derecho a una cierta iniciación a la vida interior y a la reflexión personal».

Cuando en las instituciones educativas se ahoga «el gusto por la vida», y los enseñantes se limitan a transmitir de manera disciplinada el conjunto de materias que a cada uno se le han asignado (asignaturas), allí se pierde «el espíritu de la educación».

Por otra parte, la relación educativa exige verdad. Se equivocan los educadores que para ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos se presentan como dioses. Lo que los niños necesitan es encontrarse con personas reales, sencillas, cercanas y profundamente buenas.

Asimismo, el verdadero educador respeta al niño, no lo humilla, no destruye su autoestima. Una de las maneras más sencillas y nefastas de bloquear su crecimiento es repetirle constantemente: «no hay quien te aguante», «eres un desastre», «serás un desgraciado el día de mañana».

En la relación educativa hay además un clima de alegría, pues la alegría es siempre «signo de creación» y, por ello, uno de los principales estímulos del acto educativo. Así escribía Simone Weil: «La inteligencia no puede ser estimulada sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer y alegría. La alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la respiración para los corredores».

Hace unos días se han abierto los colegios y centros de enseñanza. Miles de niños han vuelto de nuevo a sus maestros y enseñantes. ¿Quién tendrá la suerte de encontrarse con un verdadero educador o educadora? ¿Quién los acogerá con el respeto y la solicitud de aquél que un día en Cafarnaum abrazó a uno de ellos diciendo: «Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí?»

sábado, 29 de agosto de 2009

22º domingo de tiempo ordinario (Mc 7, 1-23)

Contra las falsas tradiciones, la libertad cristiana

El evangelio oficial de este domingo selecciona sólo unos pasajes de este capítulo de Marcos, que es una especie de “carta magna” de la libertad cristiana. Por eso he querido comentarlo por entero, para aquellos que tengan tiempo y puedan meditarlo y aplicarlo después por sí mismos. El texto puede dividirse en tres secciones:
1) Acusación de fariseos y escribas contra los discípulos de Jesús porque no guardan la pureza en las comidas (7, 1-5).
2) Anti-acusación de Jesús que critica a sus críticos, diciendo que no cumplen el mandato fundante de Dios (7, 6-13).
3) Enseñanza general sobre la pureza, explicada después a los discípulos. (7, 14-23).
Este evangelio no es una crítica en contra del “buen judaísmo” (¡que existe, gracias a Dios, y es admirable!), sino en contra del mal judaísmo que puede pervivir y pervive en muchos cristianos legalistas, que olvidan el buen corazón, para seguir defendiendo tradiciones falsas de los presbíteros de turno.
1.- Acusación judía. Normas de comida (7, 1-5)
1 Los fariseos y algunos escribas procedentes de Jerusalén se acercaron a él 2 y observaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavárselas 3. [Es de saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente, aferrándose a la tradición de sus presbíteros; 4 y al volver de la plaza, si no se bautizan no comen; y observan por tradición otras muchas costumbres, como los bautismos de vasos, jarros, bandejas y lechos]. 5 Así que los fariseos y los escribas le preguntaron:
)Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los presbíteros, sino que comen el pan con manos impuras?
Fariseos y bautistas preguntaron ya sobre el ayuno (2, 18). Ahora lo hacen fariseos (quizá de Galilea) y escribas que vienen de Jerusalén (como en 3, 22), con autoridad oficial, para inspeccionar la conducta de las comunidades cristianas (que aparecen así vinculadas al judaísmo). Su cuestión nos sitúa en el centro del mundo rabínico:
a: Ocasión (7, 1-2). Fariseos y escribas observan la impureza alimenticia de los discípulos.
b: Paréntesis explicativo (7, 3-4). Mc explica, en un aparte literario, las normas de pureza judías.
a': Pregunta concreta (7, 5). Fariseos y escribas plantean a Jesús la cuestión de la pureza
Ellos (fariseos y escribas) mantienen la tradición de los presbíteros o antepasados que aparecen como padres fundadores, guardianes de la historia y garantes de la identidad actual del pueblo. Por eso defienden la vieja Ley Escrita (Pentateuco, Biblia Hebrea) y la completan y/o explicitan con la Ley Oral, fijada por las tradiciones que los escribas cultivan con esmero, siendo después codificadas (siglo II d. de C.). En el fondo identifican mandamiento de Dios y tradición de los presbíteros (paradosis tôn presbyterôn: 7, 3) como exige la Misná.
Así han trazado en torno al pueblo una especie de valla de seguridad (cf.. Abot 3, 13), un muro de protección que les permita vivir en santidad y pureza, tanto en plano personal (cada uno cumple la Ley) como a nivel comunitario (esa Ley identifica y distingue al pueblo). Dios mismo se revela a través de la tradición, de tal manera que la fe en Dios aparece como experiencia de vinculación nacional a través de los ritos (tradiciones) de los presbíteros
La ley judía se explicita en forma de comunidad de mesa, pues ella distingue alimentos (puros e impuros) y fija la manera en que deben prepararse y consumirse, en un entorno de purificación ritual (lavatorios o bautismos), que convierte la comida en sacrificio sacerdotal. La casa y mesa de los judíos ha venido a convertirse de esa forma en templo. Por eso, ellos deben purificarse para comer y no pueden sentarse a la mesa con los gentiles, sobre todo en los días de fiesta. Desde este fondo han planteado su objeción los escribas y fariseos . Jesús ha compartido la comida en descampado (con todos), sin sujetarse a las normas de pureza y se ha dejado tocar por los impuros (enfermos). Lógicamente, en la línea del antagonismo anterior (cf. 2, 1-13; 2, 23-3, 6; 3, 22-30) los responsables del puro Israel le critican.
--Jesús y sus discípulos comen el pan con mano impura (7, 2.5). Para ellos, lo que importa es la multiplicación, pan compartido. Logicamente, el ritual de purificación de comidas les parece secundario.
--Los fariseos y escribas de Jerusalén acentúan la pureza sobre la multiplicación. Por eso consideran esenciales las normas de separación nacional/ritual, no sea que se mezcle lo puro con lo impuro, el judaísmo y los gentiles.
El fariseísmo quería extender a todo el pueblo unas normas de pureza del Levítico, que en principio regulaban la conducta de los sacerdotes en el templo. No está en juego ningún dogma sobre Dios sino un rito de comunicación en torno a la comida. Aquí se distinguen y separan dos formas de entender la tradición:

--Jesús ofrece su alimento compartido a todos los que vienen, rompiendo para ello las normas de comensalía ritual intrajudía. Le preocupan los pobres: que todos los humanos puedan compartir el don del reino, expresado en la comida.
-- Escribas y fariseos acentúan la importancia de la pureza ritual del judaísmo. Mientras Jesús ofrece un proyecto universal de mesa compartida ellos siguen discutiendo sobre normas de comensalidad nacional .
Aquí se fija la separación entre iglesia y judaísmo. Jesús insiste en la comida abierta, en gratuidad, apertura a los pobres y comunicación universal. Escribas y fariseos acentúan la comida limpia, acentuando la identidad e integración de grupo. Así se plantea el dilema: (Compartir los panes con todos o sólo con los miembros del grupo de los puros( (dar primacía a la comunicación universal, con riesgo de caer en algún tipo de impureza, o crear islas pequeñas, resguardadas, de pureza intensa en el mar de impureza de este mundo! .
Este problema está al fondo del llamado Concilio de Jerusalén (cf. Hech 15) y se expresa de un modo especial en el evangelio de la libertad de Pablo (cf. Gal 1-3), empeñado en lograr que todos los cristianos (procedentes de la gentilidad y/o del judaísmo) compartan el pan de manera que el misterio del único Cristo se exprese como unión familiar concreta entre los humanos antes separados. Mc 7, 1-23 nos lleva al lugar de enfrentamiento más intenso de la iglesia primitiva y ofrece su respuesta partiendo de la misma conducta de Jesús (multiplicación, curaciones) . En ella se vinculan dos principios que, pudiendo parecen opuestos en abstracto, forman la base de la libertad cristiana:
--Principio de universalidad: todos los humanos pueden y deben compartir la comida mesiánica. En la raíz de ese principio hay más que una experiencia social de solidaridad, más que una doctrina sobre la unidad del logos o la mente en los humanos; en esa raíz está la entrega de Jesús.
-- Principio de interioridad. La pureza verdadera brota y se mantiene a nivel de corazón (cf. 7, 21). Sólo allí donde los humanos se vinculan en comunidad de mesa puede expresarse de forma completa, perfecta, el valor del corazón como principio del que brotan los buenos pensamientos y deseos .
Esos principios (universalidad e interioridad) expresan la más honda aportación del evangelio. Lo que aquí se pone en juego no son unas verdades teóricas sino el bien de los pobres (hambrientos, enfermos). Jesús no ha comenzado discutiendo teorías sobre lo puro o impuro sino curando a los enfermos, ofreciendo comida a los hambrientos... Para defender sus curaciones, para mantener su proyecto de pan compartido, expone ahora su visión de la pureza interior, superando el nivel particular de escribas y fariseos y remontándose al principio de lo humano, a los mandatos primordiales de Gen 1 .
2.- Respuesta cristiana: mandato de Dios y tradiciones humanas (7, 6-13)
6 Pero él les contestó:
#Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 7 En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos. 8 Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres.
9 Y añadió:
#(Qué bien anuláis el mandamiento de Dios para conservar vuestra tradición! 10 Pues Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre, será reo de muerte. 11 Vosotros, en cambio, afirmáis que si uno dice a su padre o a su madre: *Declaro corbán (es decir, don sagrado) lo que puedo deberte+, 12 ya le permitís que deje de socorrer a su padre o a su madre, 13 anulando así el mandamiento de Dios con esa tradición vuestra, que os habéis transmitido. Y hacéis otras muchas cosas semejantes a ésta.
Jesús responde de modo directo, acusando a sus acusadores, en texto de fuerte dramatismo que consta de dos partes principales: 1) Denuncia profética (7, 6-7), tomada de Isaías (como en citas de 1, 3 y 4, 12). 2) Argumentación legal (7, 8-13) a partir de Ex 20, 12; Dt 5, 16. Así distingue dos actitudes o valores:
-- Por una parte está el mandato, entolê, (7, 8-9) o palabra de Dios (7, 13) que se revela por la Escritura, interpretada en su verdad por Jesús
-- Por otra la tradición o paradosis de los presbíteros (7, 3.8-9.13) que Mc toma como creación humana, religión al servicio del sistema. En esa misma línea se pondrá más tarde Pedro (8, 33).
Las leyes de separación ritual (nacionalismo religioso) son invento humano, obra de aquellos que se escuchan y buscan a sí mismos en vez de buscar a Dios. Por fidelidad a Dios (a su palabra originaria, transmitida por la Escritura) Jesús ha superado los principios de comensalidad intrajudía, para conducirnos en éxodo nuevo al amplio espacio de lo humano, al lugar donde judíos y gentiles, (conforme al signo de la multiplicación de los panes) podemos compartir una misma palabra y comida. Así rompe la familia nacional de los presbíteros (avalada por la pureza del templo) para que pueda surgir la comunión universal de los humanos. Sobre ese fondo ha destacado Mc la importancia de los padres en cuanto necesitados :
--Jesús ha criticado a los presbíteros garantes de la separación ritual de pureza y comidas (7, 3.5 ) y de esa forma ha liberado a sus discípulos de toda obligación respecto a los ancianos entendidos como mediadores de imposición sacral (cf. 7, 1-7), conforme a 3, 31-35 y 10, 29. Sólo así nos hace seres personales, abiertos a la familia universal de los humanos.
-- Criticando a los presbíteros, Jesús recupera el valor del padre y la madre en cuanto seres concretos, especialmente necesitados (7, 8-13). De esta forma eleva la comunión humana por encima de toda ley positiva y declara absoluta la exigencia de ayudar a los padres menesterosos, en palabra que sitúa el mandamiento del decálogo (Ex 20, 12) sobre las tradiciones sacrales del judaísmo. Allí donde el padre pierde su autoridad sagrada (no es presbítero que impone su ley ) puede aparecer ya unido a la madre como signo de Dios para los hijos, por encima del mismo templo de Jerusalén.
Precisamente allí donde Mc supera la paternidad israelita puede presentarnos la verdadera familia humana como lugar donde los hijos deben responder en amor a sus padres ancianos o necesitados. Mc destaca los deberes de los padres para con los hijos, sobre todo en los textos de las curaciones que definen su evangelio como escuela de paternidad humana: Jairo (5, 21-43), la sirofenicia (7, 24-30) y el padre del lunático (9, 14-29) deben curar/cuidar a sus hijos con la ayuda de Jesús. Pues bien, nuestro pasaje (7, 6-13) ha destacado los deberes de los hijos con respecto a los padres necesitados, en gesto que interpreta la ayuda familiar como culto verdadero. Los padres son para ellos templo de Dios; el primer acto de culto consiste en servirles en su ancianidad, no por exigencia legal (de presbíteros judíos) sino por gratuidad humana y humanismo mesiánico.
Este pasaje nos permite entrar en el laberinto de las distorsiones ideológicas. Los mismos judíos (o cristianos) legalistas que acentúan las tradiciones de los antepasados pueden olvidar a los padres concretos, pues colocan el orden sacral, representado por el templo, por encima de sus padres necesitados. Por el contrario, al desmontar ese edificio ideológico de la ley tradicional (de los presbíteros), Jesús nos capacita para situarnos ante los padres concretos, necesitados de cariño y presencia, fundando así la verdadera familia humana . Al sacralizar su tradición, el judaísmo corre el riesgo de olvidar a los necesitados en concreto, incluso a los padres, pues el corbán o don del templo (cf. 7, 11), que el texto presenta como ejemplo supremo de pureza legal, estaría por encima de los padres. Por el contrario, al superar las leyes de pureza nacional, Jesús destaca el varlor de los padres necesitados. Así, la crisis de la vieja familia patriarcal se hace fuente de valorración mas honda para la familia concreta en cuanto expresión de pequeñez humana. -
Sobre la comensalidad intrajudía cf. E. P. Sanders, Jesus and Judaism, SCM, London 1985; Id., Judaism. Practice and belief 63BCE - 66CE, SCM, London 1982, 213-241; E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús II, Cristiandad, Madrid 1985, 615-630. Sobre la novedad de Jesús, en varias perspectivas: J. Klausner, Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 1971, 363-411. Sobre Mc 7, además de Booth, Jesus, cf. J. Lambrecht, Jesus and the Law. An Investigation of Mark 7,1-23, ETL 53 (1977) 24-52; H. Hübner, Mark 7,1-23 und das "jüdisch-hellenistische" Gesetzverständnis, NTS 22 (1975/6) 319-345.
3.- Conclusión: ritos de pureza y mesianismo (7, 14-23).
14 Y llamando de nuevo a la gente, les dijo:
#Escuchadme todos y entended esto:
15 Nada que entra en el ser humano puede mancharlo.
Lo que sale de dentro es lo que contamina al ser humano.
17 Cuando dejó a la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron por esta parábola.18 Jesús les dijo:
#)Así que también vosotros sois faltos de mente? )No sabéis que nada que entra en el ser humano desde fuera puede mancharlo, 19 puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar a la letrina - purificando así todos los alimentos-?.
20 Y añadió:
#Lo que sale del ser humano eso es lo que mancha al ser humano21 Porque es de dentro, del corazón de los humanos, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al ser humano.
Esta es la formulación general de la nueva experiencia de pureza. Jesús responde en tres tiempos a la pregunta sobre el ritual judío:
-a: Principio básico, para todo el pueblo (7, 14-15): frente a quienes buscan la pureza e impureza en lo exterior (comidas, abluciones...), Jesús la sitúa al interior del ser humano.
-b: Incomprensión y pregunta de los discípulos (7, 16-17), que toman el discurso de Jesús como parábola sin sentido (en la línea de 4, 13).
-a': Profundización eclesial (7, 18-23), con catálogo de vicios que brotan del "mal corazón" y manchan al ser humano. Así supera Jesús la ley externa para ofrecer al ser humano su auténtica pureza.
Esa pureza sólo puede expresarse entre personas "liberadas" de presiones sacrales exteriores y que buscan la manera de crear comunión de corazón entre todos los humanos. Mc no se discute una visión genérica de Dios, ni una norma de sacralidad interior, vinculada a creencias o convicciones subjetivas, sino la tradición nacional de limpieza y/o mesa, expresada en dos leyes:
-- Ley de comidas. Los buenos judíos sólo toman alimentos puros, preparados de un modo especial y para ello deben mantenerse separados de aquellos que comen carne impura, como el cerdo.
-- Ley de personas. Sólo pueden compartir la mesa los ritualmente puros, sin contacto con cosas o personas contaminadas (paganos, publicanos etc.), sin enfermedad y/o situación disgregadora (lepra, menstruación etc). Todos los gentiles quedan excluidos .
Jesús no polemiza aquí con la endogamia, que la ley judía interpreta como principio de supervivencia nacional en Esdras-Nehemías, sino con el sistema endo-alimenticio, unido al anterior. Al ofrecer y compartir el pan en descampado, quiebra los principios de comensalidad sacral intrajudía (sobre la ley de matrimonio cf. 10, 1-12). Lo que había comenzado siendo comida compasiva acaba convirtiéndose en principio de nueva comprensión de la existencia. Tres son a mi juicio sus supuestos :
-- Toda comida es limpia (cf. 7, 19): no hay alimentos puros e impuros (contra Lev 11; Dt 14). Desde su experiencia de mesa compartida, Jesús puede afirmar que ningún alimento (ni cerdo ni sangre) mancha al ser humano, pues todos son (eran) limpios al principio: ((vió Dios que era bueno! Gén 1) .
--Los hombres son también limpios. Si puros son los alimentos, en forma superior lo serán los humanos en cuanto tales (judíos y gentiles); por eso no hace falta lavarse las manos ritualmente para superar la impureza del contagio que ha podido surgir del encuentro con "impuros" (leprosos, menstruantes etc). Hemos aludido al tema en varios pasaje anteriores (1, 40-45; 5, 25-34). Es evidente que Jesús ha superado Lev 13-15, haciendo que volvamos al principio bueno de la creación, conforme a Gén 1.
-- Los vicios brotan de otra fuente: del mar corazón (cf. 7, 19 23). Sobre esa doble base (toda comida es limpia, todo humano en cuanto tal es puro) se puede y debe edificar una moral universal, centrada en la limpieza del corazón. El mal no se halla fuera (en algunas comidas o humanos) sino en el centro de la persona (varón o mujer) que puede hacerse mala a través de su deseo pervertido. En ese fondo ha presentado Mc un catálogo de vicios semejante a los que ofrece la tradición judía y cristiana, desde la fornicación, robo y homicidio (signos clásicos del pecado) hasta la blasfemia, soberbia y necedad destructora de aquellos que rompen todo límite y medida de convivencia humana). La maldad de las acciones pro viene del mal corazón, no del gesto externo, tomado de un modo ritual o biologista .
Jesús nos reconduce al lugar del surgimiento humano, a la fuente de bondad de la que toman su sentido personas y comidas. De esa forma nos sitúa en el principio (cf. Gén 1-3), en el mismo manantial de la limpieza humana que es el buen corazón. Ciertamente, el corazón puede mancharse, convirtiéndose en origen de los males. Para superarlos ya no basta el rito; toda imposición legal termina siendo esclavizante, pues acaba dividiendo a los humanos. En la fuente y origen de toda limpieza, en contacto con el Dios creador, ha situado Mc la experiencia interior del corazón.
Hoy hemos superado el problema de comidas, pero el tema de fondo sigue siendo el mismo y sólo puede resolverse desde la pureza interior: para que surja la comunidad mesiánica, superando el plano de la ritualidad social de mesa (comidas), los discípulos del Cristo han de alcanzar la raíz de la pureza (el nivel del corazón). A ese nivel se unen interioridad (buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida) y la iglesia se separa del judaísmo .
Conclusión
Esta discusión de Mc 7 es espejo de todo el evangelio. Decenios de lucha eclesial parecen haberse condensado en este texto que Mc ha puesto en boca de Jesús, haciéndole maestro de la nueva ley de libertad y universalidad centrada en la comida. Estos son los núcleos de su argumento, leídos desde el conjunto de 7, 1-23:
-- El mesianismo es libertad respecto a los presbíteros o ancianos (7, 5). El mensaje de Jesús destruye los sistemas de seguridad del judaismo, especialmente en el plano de familia y mesa. Jesús critica esa "comida nacional", regulada por los presbíteros, pero es evidente que ella no se puede identificar con el banquete elitista y sanguinario de Herodes (6, 14-29), aunque ambos tengan conexiones.
- Lógicamente, las leyes sacrales de Israel pasan a segundo plano, como muestra de forma sorprendente el ejemplo sobre los dones del templo y los padres (7, 5-13). Tomada en su literalidad, esa palabra podrían haberla asumido otros maestros judíos. Pero es nueva la fuerza que recibe y el transfondo donde se sitúa, relativizando el templo con las tradiciones sacrales de Israel.
--La interioridad mesiánica va unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que mancha al ser humano sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21). Asumiendo la más honda tradición profética, Jesús ha situado a los humanos ante la verdad (o riesgo de mentira) de su propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia mesiánica.
B Esa interioridad fundamenta el valor de la familia, no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros) sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante de los padres necesitados, a quienes los hijos deben acompañar y ayudar, por encima de toda ley social o religiosa (7, 9-13).
B Esa interioridad conduce a la universalidad. Todos los principios de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula por igual a todos los humanos, en fraternidad de amor y mesa.
B Jesús ratifica, finalmente, el valor del mundo (animales, plantas) declarando pura toda comida. Tras afirmar que ella no llega al corazón sino que pasa por el vientre a la letrina, Mc 7, 19 introduce un comentario o aparte (purificando así todos los alimentos) que tiene quizá un carácter irónico y puede entenderse de dos formas: el mismo Jesús los purifica con su declaración fundamental; o los purifica el proceso digestivo, que termina en la letrina, sin distinguir alimentos sagrados y profanos, pues son todos iguales para el vientre (con tal de que se digieran bien) . Sea como fuere, Jesús nos lleva hasta el lugar donde hombres y alimentos son profanos, añadiendo que la sacralidad (nueva vida mesiánica) se edifica a partir del corazon del que provienen los buenos pensamientos y el amor gratuito .

domingo, 23 de agosto de 2009

Comentario biblico dominical

DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO CICLO B

HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA


¿También vosotros queréis marcharos?

Jn 6, 61-70

LEER CON FE

Cuando los primeros discípulos de Jesús se convencieron de que Dios lo había resucitado desautorizando a cuantos lo habían condenado, tomaron conciencia de que en la vida y el mensaje y de Jesús se encerraba algo único, confirmado por el mismo Dios.

Entonces sucedió un hecho singular y desconocido en toda la literatura universal. Los discípulos comenzaron a recoger las palabras que le habían escuchado a Jesús durante su vida terrestre, pero no como se recoge el testamento de un maestro muerto ya para siempre, sino como palabras de alguien que está vivo y sigue hablando ahora mismo a los que creen en él. Nació así un género literario nuevo y desconocido: los evangelios.

En las primeras comunidades cristianas se leía el evangelio no como palabras que dijo Jesús en otros tiempos en Galilea, sino como palabras que ahora mismo nos está diciendo el resucitado para iluminar nuestros problemas de hoy. Las escuchaban como palabras que son «espíritu y vida», «palabras de vida eterna», un mensaje que nos hace vivir en la verdad y nos da vida.

Un cristiano no confunde nunca el evangelio con ningún otro escrito. Cuan do se dispone a leer las palabras de Jesús sabe que no va a leer un libro, sino que va a escuchar a Cristo que le habla al corazón. El concilio Vaticano II quiso despertar de nuevo esta fe de los primeros cristianos proclamando solemnemente que «Cristo está presente en la Palabra pues es él mismo quien habla mientras se leen en la Iglesia las sagradas escrituras».

Hemos de aprender de nuevo el arte de leer los evangelios con esta fe. Aquel Jesús que, en Cafarnaum, le declaró a un paralítico: «Perdonados te son tus pecados. Vive siempre sostenido por la bondad y el perdón de Dios». Aquel Jesús que, a orillas del Tiberiades, llamó un día a Pedro con una sola palabra: «Sígueme», hoy, me está diciendo a mí: «Ten fe, no vivas perdido, sigue mis pasos».

Cuando los creyentes abrimos los evangelios, no estamos leyendo la biografía de un personaje difunto. No nos acercamos a Jesús como a algo acabado. Su vida no ha terminado con su muerte. Sus palabras no han quedado silenciadas para siempre. Jesús sigue vivo. Quien saber leer el Evangelio con fe, lo escucha en el fondo de su corazón. Nunca se sentirá sólo.



¿A QUIEN ACUDIREMOS?



Quien se acerca a Jesús tiene, con frecuencia, la impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.

Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales.

Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.

Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con su evangelio. No han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y directamente sus palabras. Su mensaje les ha llegado desfigurado por demasiadas capas de doctrinas, fórmulas, conceptualizaciones y discursos interesados.

A lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y su mensaje. Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido, a veces, a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a los hombres a vivir con la libertad y el amor de los hijos de Dios.

Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas bien intencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados, sin lograr encontrarse con El.

No nos ha de extrañar la interpelación de J. Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples, tan directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».

Sin duda, uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia actual es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ayudarles a abrirse camino hacia él. Acercarles a su mensaje.

Muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia, quizás, porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo, sentirían de nuevo aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».

domingo, 2 de agosto de 2009

Comentario biblico dominical

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO CICLO B

HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA



Yo soy el pan de vida.

Jn 6, 24-35



UN VACIO DIFICIL DE LLENAR



La palabra «religión» suscita hoy en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío hábil de la conversación.

Se entiende la religión como un estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada, carece ya de todo interés.

Creer en Dios, orar, alimentar una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas. Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso, incluso, desde los medios públicos de comunicación.

Se diría que la religión es algo superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera: la del desarrollo técnico y la productividad económica.

A lo largo de estos últimos años ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus problemas de manera racional y científica.

Sin embargo, este optimismo «a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.

El lugar que ocupaba anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales».

Quizás es el momento de redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.

Cuando se viven días, semanas y años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de Jesús: «Yo soy el pan de vida».



¿CREER DESDE EL BIENESTAR?



Probablemente, son mayoría los hombres y mujeres que, consciente o inconscientemente, aspiran como ideal último de su existencia al bienestar y al bien-vivir.

Lo importante es vivir cada vez mejor, tener dinero y disfrutar de una seguridad. El dinero parece ser la fuente de todas las posibilidades.

El que posee una seguridad económica, puede aspirar a lograr el reconocimiento de los demás, la autoafirmación personal y, en definitiva, la felicidad.

Naturalmente, cuando el bienestar se convierte en el objetivo de nuestra vida, ya no importan demasiado los demás. Entonces es normal que se desate la competitividad, la insolidaridad, el acaparamiento injusto.

Alguien ha dicho que en esta sociedad, «nos hemos quedado sin noticias de Dios». Dios es superfluo. No hace falta ni combatirlo. Sencillamente se prescinde de él. ¿Por qué?

El ideal del bienestar crea un modo de vivir tan superficial y tan insensible y ciego para las dimensiones más profundas del hombre, que ya no parece haber sitio para Dios.

O quizás, algo. que no es mucho mejor. Sólo queda sitio para una religión «rebajada» al plano individual y privado, donde la religioso se convierte, con frecuencia, en mero alivio de frustración y problemas individuales.

Entonces, y aún sin ser conscientes de ello, la religión viene a ser un elemento más de seguridad personal, al servicio de ese ideal último que es el bienestar.

¿No debemos escuchar hoy más que nunca los cristianos la queja y las palabras de Jesús junto al Tiberíades?: «Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna».

No basta alimentar nuestra vida de cualquier manera. No es suficiente un bienestar material. El hombre necesita un alimento capaz de llevarlo hasta su verdadera plenitud. Y ese alimento, lo creamos o no, es sólo el amor.

Es una equivocación mutilar nuestra existencia, poniendo toda nuestra esperanza en un bienestar que se acaba en el momento en que perece nuestra vida.

Sólo el amor da vida definitiva. Sólo el que sabe ver el dolor de los que sufren y escuchar los gritos de los maltratados, puede escapar del engañoso atractivo del bienestar y buscar una vida nueva. Una vida que lleva a los hombres a su plenitud.


LO PRIMERO, LA VIDA



La exégesis moderna no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta analizar la trayectoria de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado de suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.

Pensemos en su actuación en el mundo de los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida, amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.

Como ha subrayado J. Sobrino, pobres son aquellos para quienes la vida es un carga pesada pues no pueden vivir con un mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida».

Ya han pasado los tiempos en que la teología contraponía «esta vida» (lo natural) y la otra vida (lo natural) como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es «esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad. El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y, por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de Dios.

A veces los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el Reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana y digna para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en su vida eterna. Por eso se dice de Jesús que «da vida al mundo». (Jn 6, 33).