domingo, 26 de julio de 2009

Comentario biblico dominical




26 de julio de 2009
17. Tiempo ordinario (B)
Juan 6,1-15



NUESTRO GRAN PECADO

El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan. Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer .
Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.
Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos, todos son pobres: no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero.
Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan,aunque sólo sea «cinco panes de cebada y un par de peces».
La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real entre todos?
Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.
Al compartir el pan de la eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús

domingo, 12 de julio de 2009

Siempre del lado equivocado

Carta al Cardenal Oscar A. Rodriguez
sobre la participación de la Iglesia en el golpe de Estado en Honduras

El golpe de Estado en Honduras, desatado por la dictadura militar y sus cómplices, trajo muerte, cientos de detenidos, periodistas perseguidos y apresados, confiscados sus equipos y violado los derechos humanos.
Esta situación lleva a preguntarle al Cardenal Rodríguez, al dictador Micheletti y su secuaces: ¿Es esto lo que esperaban? ¿Asesinar a personas indefensas, suspender las garantías constitucionales del pueblo, apresar y reprimir a quienes reclaman sus derechos y la restitución del presidente Zelaya en sus funciones.
Cardenal Oscar Andrés Rodríguez: el camino que has elegido de ser cómplice de la dictadura militar, no es el camino del Evangelio. No puedes estar en contra de tu pueblo y permitir la violencia y represión que, en nombre de la supuesta seguridad y del derecho, comete graves violaciones, precisamente, de los derechos humanos.
El pastor que abandona sus ovejas y permite las atrocidades y apoya la dictadura para defender sus intereses económicos y políticos, no es digno de ser reconocido como Pastor de Cristo y por su pueblo.
En América Latina tenemos una larga y dolorosa historia de dictaduras militares y complicidades de jerarquías eclesiásticas, que estuvieron al servicio de la opresión y fueron cómplices de la muerte y desaparición de personas, de torturas, para imponer el terrorismo de Estado.
Lamentablemente esa actitud continúa en varios países, como el comportamiento del Cardenal Terrazas en Bolivia, que se alió y apoyó a los golpistas para intentar derrocar al Presidente Evo Morales. En Venezuela la Jerarquía eclesiástica apoyó el golpe militar contra el Presidente Hugo Chávez.
Escuché tus declaraciones contra el presidente venezolano. Tienes el derecho de disentir, pero no el de difamar. Nunca escuché tus declaraciones para condenar la intervención de Estados Unidos, en tu país y el continente, o sobre las atrocidades cometidas en Colombia y la incursión armada contra el pueblo hermano del Ecuador.
Gracias a Dios, hay signos de esperanza y horizontes de vida y dignidad, de hermanos y hermanas que fieles al Evangelio y a su pueblo, se comprometen y luchan por un mundo más justo y humano y muchos de ellos dieron su vida para dar Vida; son los mártires de la iglesia que nos enseña a seguir el camino de Cristo. ¿Recuerdas a nuestro hermano Monseñor Romero, en El Salvador?
Bien sabes que Honduras es un país con un largo historial de intervenciones de EE.UU. apoyado por grupos económicos, políticos y eclesiásticos. Hoy esos mismos grupos de poder, con la complicidad del embajador de los EE.UU. en Honduras, quien confiesa que estuvo reunido con los golpistas, se oponen a las reformas que propuso el Presidente Zelaya y deciden dar el golpe de Estado para negar la Consulta Popular
¿A que le tienes miedo hermano Rodríguez?- ¿A tus propios miedos? ¿A la Consulta Popular para que el pueblo decida el camino a seguir? ¿Tienes miedo a los pobres, que participen y quieran adherir al ALBA y no someterse al TLC que es mayor dependencia de los EE.UU. y que esa decisión afecte los intereses económicos de aquellos que siempre oprimieron al pueblo hondureño?
Recuerda que Honduras tiene el 70 % de la población en la pobreza y el 58 % bajo el nivel de pobreza, situación provocada por la injusticia social y estructural. Al recurrir a la violencia contra el pueblo para sostener la situación de injusticia estructural y social, la situación se les a vuelto incontrolable. Están como el “aprendiz de hechicero”, ya no saben como pararla.
La comunidad internacional les reclama el inmediato regreso del presidente Zelaya. La OEA, la ONU, sectores sociales, políticos y religiosos, como los Obispos de Brasil , Don Pedro Casaldáliga y Demetrio Valentín, reclaman la vuelta a la legalidad y respetar la voluntad del pueblo.
Escucha la voz del obispo de Copán, de tu tierra, las miles de voces de todo el continente y el mundo, que rechazan la dictadura
Si el presidente Zelaya cometió un delito, o cualquier falta, el país tiene la Constitución Nacional y las leyes vigentes para determinar su responsabilidad. Pero ustedes impiden aplicar la ley y recurren al golpe de Estado. Y pretenden disfrazar sus crímenes con palabras vaciadas de contenido. Hablan del Derecho y de la Constitución, de la dignidad humana y los violan y contaminan, y responden reprimiendo al pueblo, provocando muertes y heridos.
¿Por qué tantas contradicciones y falta de valores? ¿Qué tienen que ver esas atrocidades con el mensaje de Cristo? Espero que en tus oraciones Dios te guíe e ilumine, porque estas perdido en la maraña de la incertidumbre. ¿Hasta cuando piensas seguir de inquisidor, apoyando a los verdugos que implantaron el terror y asumieron el poder en tu tierra?
¿Tienes conciencia que el golpe de Estado en Honduras, es un peligro para la democracia en el continente? El pueblo tiene derecho a la resistencia frente a las injusticias, a no cooperar con los opresores, a desconocer a quienes usurparon el poder. Y los gobiernos y pueblos latinoamericanos tienen la responsabilidad de desconocer a un gobierno ilegítimo y represor.
Muchos años de lucha y sufrimiento implantado por las dictaduras en todo el continente nos enseñaron en el dolor, que es preferible morir como hombres y mujeres libres, que vivir como esclavos. Porque la esperanza siempre nos muestra un nuevo amanecer para la vida y dignidad de nuestros pueblos.
Hay que resistir en la esperanza, hermano Rodríguez, y esa esperanza está caminando junto a los pueblos y nunca en el camino de los opresores. Tienes que optar, como hombre y como pastor: servir a Dios y a tu pueblo, o servir a los opresores y poderes de turno. Son muchos las preguntas. Tú tienes la respuesta.
“Sólo la Verdad nos hará libres”. Que el Dios de la Vida te guíe e ilumine y en su Paz y Bien.


Adolfo Pérez Esquivel
Premio Nóbel de la Paz

Buenos Aires, 8 de julio del 2009

sábado, 11 de julio de 2009

Comentario biblico dominical

UNA NOTICIA DIFERENTE
12 de julio de 2009
15 Tiempo ordinario ( B )
Marcos 6, 7-13




PARA UN EXAMEN COLECTIVO

Jesús no envía a sus discípulos de cualquier manera. Para colaborar en su proyecto del reino de Dios y prolongar su misión es necesario cuidar un estilo de vida. Si no es así, podrán hacer muchas cosas, pero no introducirán en el mundo su espíritu. Marcos nos recuerda algunas recomendaciones de Jesús. Destacamos algunas.
En primer lugar, ¿quiénes son ellos para actuar en nombre de Jesús? ¿Cuál es su autoridad? Según Marcos, al enviarlos, Jesús «les da autoridad sobre los espíritus inmundos». No les da poder sobre las personas que irán encontrando en su camino. Tampoco él ha utilizado su poder para gobernar sino para curar.
Como siempre, Jesús está pensando en un mundo más sano, liberado de las fuerzas malignas que esclavizan y deshumanizan al ser humano. Sus discípulos introducirán entre las gentes su fuerza sanadora. Se abrirán paso en la sociedad, no utilizando un poder sobre las personas, sino humanizando la vida, aliviando el sufrimiento de las gentes, haciendo crecer la libertad y la fraternidad.
Llevarán sólo «bastón» y «sandalias». Jesús los imagina como caminantes. Nunca instalados. Siempre de camino. No atados a nada ni a nadie. Sólo con lo imprescindible. Con esa agilidad que tenía Jesús para hacerse presente allí donde alguien lo necesitaba. El báculo de Jesús no es para mandar, sino para caminar.
No llevarán «ni pan, ni alforja, ni dinero». No han de vivir obsesionados por su propia seguridad. Llevan consigo algo más importante: el Espíritu de Jesús, su Palabra y su Autoridad para humanizar la vida de las gentes. Curiosamente, Jesús no está pensando en lo que han de llevar para ser eficaces, sino en lo que no han de llevar. No sea que un día se olviden de los pobres y vivan encerrados en su propio bienestar.
Tampoco llevarán «túnica de repuesto». Vestirán con la sencillez de los pobres. No llevarán vestiduras sagradas como los sacerdotes del Templo. Tampoco vestirán como el Bautista en la soledad del desierto. Serán profetas en medio de la gente. Su vida será signo de la cercanía de Dios a todos, sobre todo, a los más necesitados.
¿Nos atreveremos algún día a hacer en el seno de la Iglesia un examen colectivo para dejarnos iluminar por Jesús y ver cómo nos hemos ido alejando sin darnos casi cuenta de su espíritu?

Contribuye a recuperar el estilo de Jesús. Pásalo

sábado, 4 de julio de 2009

Novedades

Ahora haciendo clic en el link:
Lectura orante diaria
podes encontrar la propuesta de Lectura Divina
de Giordano Cabra y equipo

viernes, 3 de julio de 2009

Comentario biblico dominical

DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO CICLO B

HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA

Se extrañó de su falta de fe

Mc 6, 1-6





FE PEQUEÑA


Es un dato fácil de observar. La fe de bastantes cristianos no crece a lo largo de su vida. Está ahí, estancada en el fondo de la persona. Pasarán los años y nada nuevo se despertará en su corazón. No es un problema de nuestros tiempos. En los evangelios se habla con frecuencia de quienes tienen «poca fe», es decir, una fe pequeña, sin desarrollar. Más aún, en su pueblo de Nazaret, Jesús se extraña de la «falta de fe» de los suyos.

¿Es posible cambiar las cosas?, ¿qué hacer para crecer en la fe?, ¿cómo acrecentar nuestra confianza en Dios? Voy a sugerir tres caminos que, casi de forma espontánea, pueden conducir a una fe más viva y genuina.

Del sufrimiento a la invocación. Todo el mundo tenemos, "tarde o temprano, problemas y dificultades. A veces se puede apoderar de nosotros incluso la ansiedad. Es cierto que contamos con la ayuda y el apoyo de no pocas personas. Pero, con todo, no siempre es fácil enfrentarse al peso de la existencia. En el fondo, todos andamos buscando una seguridad, plenitud y felicidad que la vida no da.

Si dentro de nosotros hay un poco de fe, es el momento de invocar a Dios: «Desde lo hondo grito a ti, Señor.» No para pedir cosas ni para encontrar soluciones mágicas a los problemas, sino para orientar nuestro deseo hacia el único en el que nuestra vida encontrará descanso y salvación.

De la alegría de vivir a la acción de gracias. No todo son problemas. En la vida conocemos también el gozo, la expansión, los momentos de felicidad serena. Qué bueno es sentirse vivo y experimentar la alegría de vivir. La vida nos parece entonces hermosa y amable.

Si dentro de nosotros hay fe, es el momento del agradecimiento a Dios. Sin duda debemos mucho a personas que nos acompañan, pero ¿a quién agradecer el ser, la vida, esa alegría que experimentamos?, ¿hacia quién dirigir nuestra acción de gracias?, ¿hacia la vida o hacia ese Dios que es fuente y origen de todo bien?

De la culpa a la acogida del perdón. También sentimos en nosotros la «mala conciencia» y la culpabilidad. No estamos a gusto con nosotros mismos. No siempre lo queremos reconocer, pero es así. Sabemos cómo estamos estropeando la vida con nuestra mediocridad, egoísmo y cobardías.

¿Qué hacer con la culpabilidad? Podemos ignorarla o tratar de ahogarla de mil maneras. Podemos también acoger el perdón y la ternura de Dios. Ante él no necesitamos disculparnos ni defendernos. Tal vez no hay gracia mayor que la de creer cada vez más en el perdón infinito de Dios.



SABIO Y CURADOR





No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable, ni pertenecía a las elites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un «obrero de la construcción», de una aldea desconocida de Baja Galilea.

No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la Ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.

Según Marcos, cuando Jesús llegó a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedaron sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no era un pensador que explicaba una doctrina, sino un sabio que comunicaba su experiencia de Dios y enseñaba a vivir bajo el signo del amor. No era un líder autoritario que imponía su poder, sino un curador que sanaba la vida y aliviaba el sufrimiento.

A las gentes de Nazaret no les costó mucho desacreditar a Jesús. Neutralizaron su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejaron enseñar por él, ni se abrieron a su fuerza curadora. Jesús no pudo acercarlos a Dios, ni curar a todos como él hubiera deseado.

A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que vaya introduciendo poco a poco en nosotros cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos enseñe a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de una manera nueva.

Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora, es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Sólo se curan quienes creen en él.






DIOS NO ES EXHIBICIONISTA



Por lo general, los hombres buscamos a Dios en lo espectacular y extraordinario. Nos parece poco digno encontrarlo en lo sencillo y habitual, lo normal y no vistoso.

Según los relatos evangélicos, la verdadera dificultad para acoger al Hijo de Dios, no ha sido su grandeza extraordinaria o su poder aplastante, sino precisamente el encontrarse con «un carpintero, hijo de María, miembro de una familia insignificante.

Alguien ha dicho que «la raíz de la incredulidad es precisamente esta incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano». No sabemos «reconocer» a Dios en lo ordinario de la vida.

La encarnación de Dios en un carpintero de Nazaret nos descubre, sin embargo, que Dios no es un exhibicionista que se ofrece en espectáculo, el Ser todopoderoso que se impone y ante el que es conveniente adoptar una postura de «legítima defensa».

El Dios encarnado en Jesús es el Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde el misterio mismo de la vida ordinaria y sencilla, nos invita al diálogo. «Dios está en el centro de nuestra vida, aún estando más allá de ella».

A Dios lo podemos descubrir en las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana. En nuestras tristezas inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las añoranzas y anhelos, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más secreto, en nuestras decisiones más responsables, en la búsqueda sincera.

Cuando un hombre o una mujer ahonda con lealtad en su propia experiencia humana, le es difícil evitar la pregunta por el misterio último de la vida al que los creyentes llamamos «Dios».

Lo que necesitamos es unos ojos más limpios y sencillos y menos preocupados por tener cosas y acaparar personas. Una atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, que no consiste sólo en tener «espíritu observador» sino en saber acoger con simpatía los innumerables mensajes y llamadas que la misma vida irradia.

Dios «no está lejos de los que lo buscan». Lo que necesitamos es liberarnos de la superficialidad, de las mil distracciones que nos dispersan y de esa actividad nerviosa que, con frecuencia, nos impide tomar conciencia de lo que es la vida y nos cierra el camino hacia Dios.